Tlatlaya: silencio o denuncia

PERIÓDICO REFORMA

COLABORADOR INVITADO / Javier Hernández Valencia*

27 Sep. 2014

En el torrente de noticias que a nivel nacional e internacional han convertido el nombre de Tlatlaya en el epicentro de serios debates y urgentes decisiones, resulta obligatorio proponer al país una pausa para releer un artículo publicado en estas mismas páginas por don Miguel Ángel Granados Chapa el 9 de octubre de 2008 titulado “Matanza silenciada”. El autor hacía la crónica de los sucesos del 18 de agosto de ese año en San Pedro Limón, municipio de Tlatlaya, Estado de México, a los que había “tenido acceso (…) por fuentes cuya identidad no revelo, pero que merecen mi confianza. Por ese motivo doy por ciertos los hechos”.

Tuve el privilegio de alternar personalmente con don Miguel Ángel desde muy temprano en el ejercicio de mis funciones en México, sus méritos reconocidos me llevan hoy a compartir, precisamente ahora y en este mismo medio en el que forjó escuela de credibilidad, el escalofriante relato de entonces, dejando abierta a la reflexión y acción del presente lo que desde el pasado aún parece que se dejó pendiente.

Su crónica del aciago día hace seis años refiere la muerte de “por lo menos 23 personas, niños y adultos, y decenas más (que) resultaron heridas” a manos de un grupo agresor que al parecer atacó a la población indiscriminadamente, para continuar luego diciendo, “rato después (…) llegaron al lugar otros vehículos, esta vez ocupados por miembros del Ejército. Éstos retiraron los cadáveres, recogieron los casquillos y limpiaron la escena. Despojaron de sus teléfonos celulares a los espantados vecinos y visitantes y se las arreglaron para hacerles saber que era preferible que no se supiera nada de lo ocurrido”. Granados Chapa hace sombrías reflexiones y rompe el silencio convocando a las autoridades federales a una acción diligente y decidida.

El esfuerzo de concentrar el escrutinio institucional y periodístico sobre lo sucedido en Tlatlaya el 30 de junio pasado, debería también obligarnos a echar luces definitivas sobre lo sucedido en años anteriores: lo actuado o lo omitido en ese entonces pauta de alguna forma el trágico signo del presente al no hacer parte de nuestra memoria colectiva.

Espero que este artículo estimule a otros a enriquecer la conversación y actualizarnos sobre lo que sucedió hace tanto tiempo. Guardo también expectativas en que el diálogo e incluso la polémica abiertos ayuden a esclarecer lo que ahora nos ocupa de Tlatlaya, dejando establecidos mecanismos y atribuciones que fortalezcan la prontitud, oportunidad y debida diligencia de las acciones de las autoridades en todo México.

Pero confieso que mi esperanza está puesta en que las mexicanas y los mexicanos, cuyas voces han venido siendo acalladas “por la profundidad de la intimidación”, como dijo Granados Chapa, encuentren aquí y ahora una oportunidad para seguir haciendo conocer lo que sucedió en el pasado y pueda seguir sucediendo. El equipo que dirijo, bajo el pedido de confidencialidad de las fuentes que para nosotros se constituye en un mandato, ha recibido graves testimonios de los hechos en Tlatlaya, así como de otros hechos en el eje que vincula dicha localidad con Arcelia y Ciudad Altamirano, áreas desde las cuales es difícil propiciar y mantener la atención de los medios nacionales. Nuestro acompañamiento a quienes dan el combate cotidiano contra la impunidad se nutre de nuestra admiración por quienes como Granados Chapa ayer y otros hoy en el gremio periodístico y la sociedad civil optan por ejercer con valor su deber y derecho a denunciar.

*El autor es representante en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.