Declaración de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Navi Pillay, a propósito del Día de los Derechos Humanos, 10 de diciembre de 2013
Una visión 20-20 de los Derechos Humanos
Hace veinte años se adoptó en Viena un documento histórico, que materializó el principio de la universalidad de los derechos humanos. Comprometió a los Estados a promover y proteger todos los derechos humanos para todas las personas, independientemente de sus sistemas políticos, económicos y culturales.
Entre los muchos significativos e innovadores logros, la Declaración de Viena tuvo como resultado la creación de mi Oficina – la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos.
Desde entonces ha habido numerosos avances – incluso más de los que la gente quizás perciba.
Los elementos fundamentales para proteger y promover los derechos humanos, en su mayoría, ya están establecidos. Incluyen un cuerpo de legislación y de estándares internacionales de derechos humanos fuerte y en crecimiento, así como instituciones que interpretan las leyes, monitorean su cumplimiento y las aplican a nuevos y emergentes problemas de derechos humanos.
La clave ahora es implementar dichas leyes y estándares para que el disfrute de los derechos humanos sea una realidad en el terreno. Sin embargo, con demasiada frecuencia escasean la voluntad política y los recursos humanos y financieros para lograrlo.
Desafortunadamente, durante estos 20 años después de Viena, también ha habido muchos reveses y trágicos fracasos al momento de prevenir atrocidades y salvaguardar los derechos humanos.
En varios casos en los que se producían masivas y deplorables violaciones de derechos humanos, la comunidad internacional fue demasiado lenta y miope, estuvo demasiado dividida, o fue simple y llanamente inapropiada, en su respuesta ante las advertencias de los defensores de derechos humanos y las peticiones de las víctimas.
La Declaración de Viena debe ser percibida como la plataforma de una magnífica edificación cuya construcción está a medias.
El comportamiento de los Estados se vigila más de cerca que nunca, al tiempo que la expansión de las organizaciones de la sociedad civil y de activistas de derechos humanos durante los últimos 20 años ha sido verdaderamente extraordinaria. Junto con las instituciones nacionales de derechos humanos independientes, ellos son el fundamento del desarrollo de los derechos humanos a nivel nacional. Sin embargo, el aumento del acoso y las intimidaciones que éstos enfrentan en muchos países es tema de gran preocupación.
Las mujeres continúan sufriendo discriminación, violencia y persecución. De igual manera sucede con las minorías raciales y religiosas y con los migrantes, así como con otras personas debido a su orientación sexual. Ello es una muestra de lo que nos queda por avanzar.
Los conflictos internacionales continúan produciendo horribles y extendidos abusos de derechos humanos. Protestas pacíficas llevadas a cabo por personas que ejercen y demandan sus legítimos derechos son aplastadas despiadadamente por parte de las autoridades prácticamente de manera cotidiana.
Las poblaciones cambiantes y en continuo movimiento, impulsadas por la creciente pobreza, los movimientos de refugiados y las volátiles economías globales hacen que luchar contra “el miedo al otro” sea una prioridad.
Continúan emergiendo nuevos y complejos retos tales como el cambio climático y los movimientos terroristas globales.
La manera en que operamos en este mundo también está cambiando a una velocidad vertiginosa.
Las tecnologías modernas están transformando la manera en que hacemos el trabajo de derechos humanos. En 1993 la World Wide Web tan sólo tenía cuatro años, y su uso y alcance futuros apenas podrían haber sido imaginados, tampoco la manera tan determinante en que Internet afectaría nuestras vidas. Junto con las redes sociales y las innovaciones informáticas, estas tecnologías están mejorando radicalmente las comunicaciones y las posibilidades de compartir información en tiempo real. También están magnificando la voz de los defensores de derechos humanos, poniendo en evidencia los abusos y movilizando el apoyo a diversas causas en muchas partes del mundo.
Pero también hemos visto cómo las nuevas tecnologías facilitan las violaciones de derechos humanos con escalofriante eficiencia propia del Siglo XXI. Infringiendo la legislación internacional, la vigilancia electrónica masiva y la recopilación de datos amenazan tanto los derechos individuales como el libre funcionamiento de una dinámica sociedad civil.
Un tuit o un post en Facebook publicados por un defensor de derechos humanos puede ser suficiente para que éste termine en la cárcel. Los drones pueden, y son, usados con propósitos positivos. Sin embargo, también se usan drones armados, sin el debido proceso legal, para señalar como objetivos a individuos por control remoto. Los llamados “robots asesinos” – sistemas de armamentos autónomos que pueden seleccionar y atacar un objetivo sin necesidad de intervención humana – ya no son ciencia ficción, sino una realidad.
Su probable despliegue futuro plantea interrogantes éticos y legales que producen enorme preocupación.
Es necesaria una continua vigilancia para asegurar que las nuevas tecnologías hagan avanzar los derechos humanos y no los destruyan. Más allá de la amplitud de estos cambios, la legislación internacional de derechos humanos y de derecho humanitario existente que rige los conflictos armados continúa siendo de aplicación.
Y los Estados deben asegurar que SE APLIQUE.
A nivel internacional, continúa pendiente una importante cantidad de trabajo para que los derechos humanos se transformen de promesas abstractas en una auténtica mejora de la vida diaria de todas las personas, especialmente de la de aquellas que actualmente son marginalizadas o excluidas.
La Oficina de la ONU para los Derechos Humanos continuará trabajando con todas sus contrapartes para tratar de prevenir las violaciones de derechos humanos. Continuaremos alzando nuestra voz contra estas violaciones. Seguiremos pidiendo a los Estados que hagan la parte que les corresponda – la mayor, con diferencia– para asegurar que los trágicos errores del pasado no se repitan y que los derechos humanos de todas las personas se protejan y promuevan.
Podemos –y debemos– hacerlo mejor.
La visión y las metas formuladas hace 20 años en Viena todavía son válidas. Sigue valiendo la pena luchar por ellas ahora –durante los próximos 20 años– y en el futuro.
Gracias.
Fin