Tiempos interesantes

Navi Pillay culmina su trabajo como Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos. Viajó a Colombia en 2008, en una época por demás turbulenta.

Javier Hernández Valencia*
El Universal, opinión
29 de agosto de 2014

Navi Pillay culimna este mes su segundo periodo como Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Para muchos que hemos tenido el privilegio de trabajar bajo su liderazgo y para algunos que, además, tuvimos la oportunidad que nos compartiese el testimonio de su experiencia profesional y de vida, se trata sin duda de un momento especial tanto en la institución a la que pertenecemos, como en nuestras carreras individuales. Me atrevo por ello a compartir un relato personal en estas líneas.

Conocí a la Sra. Pillay en los momentos iniciales de su mandato. Corría el mes de octubre de 2008 y me encontraba al frente de la ONU-DH en Colombia.

Eran tiempos interesantes, parafraseando al historiador Eric Hobsbawm, por ser extremadamente vertiginosos y crueles, incluso dentro de los estándares de gravedad del medio siglo cumplido del conflicto armado interno colombiano. La coyuntura estaba teñida por docenas de asesinatos cometidos por el ejército, que en los reportes oficiales eran descritos como “bajas de enemigos en combate”.

El minucioso escrutinio que durante años venía ejerciendo nuestra Oficina nos permitió primero identificar que los partes castrenses estaban plagados de inconsistencias y falsedades, para luego comprender que la evidencia configuraba un patrón en varias regiones del país, atribuible a unidades militares determinadas e incluso mandos específicos.

Y así se lo comunicamos a las autoridades colombianas, detallando las características de esta práctica en múltiples casos de secuestros y desapariciones de civiles, fundamentalmente jóvenes, y su ulterior ejecución a manos de soldados; develando luego las argucias y montajes en las escenas de los crímenes, que incluían disfrazar los cadáveres con ropas de camuflaje y la colocación de armas de fuego en su inmediata cercanía, todo ello para facilitar el presentar ante la superioridad jerárquica que las víctimas eran guerrilleros muertos en enfrentamientos armados contra el ejército. Con estas acciones, soldados y oficiales en las en las respectivas unidades involucradas se beneficiaban con permisos extraordinarios y méritos adicionales en sus carreras y ascensos.

Los medios de comunicación colombianos, al denunciar públicamente esta aberrante situación haciendo eco del clamor de las madres de varias de las víctimas sustraídas en el humilde barrio bogotano de Soacha, vincularon los hechos a la perversa implementación del “conteo de cuerpos” (“body count”) que se empleaba como indicador de eficiencia en los operativos militares de contrainsurgencia y denominaron estos crímenes como “falsos positivos”.

Navi Pillay llegó a Colombia en la cúspide de tan dramática coyuntura.

Desde su asunción en el cargo de Alta Comisionada había trazado y compartido una ambiciosa meta: su objetivo era abrir y consolidar el espacio temático de los derechos humanos como parte de la agenda prioritaria del Secretariado General y la ONU y, por dicha vía, generar una nueva dinámica en los debates y comportamientos en el seno de la organización, sin olvidar el mismísimo Consejo de Seguridad.

Pero aún se requería redefinir la gestión y su propia atención directa a las varias representaciones suyas en distintos países, tarea que exigiría un continuo balance de prioridades y arduos enlaces desde lo global a lo local y viceversa.

Para los altos directivos de nuestra institución en Ginebra el reto era presentarle a la Sra. Pillay el más alto estándar de nuestras actividades en el terreno y escogieron Colombia como el primer lugar que ella debería visitar para interiorizar por sí misma el calado de sus opciones.

Con el arribo de la Sra. Pillay a Bogotá, decía, hicieron síntesis el máximo furor de las denuncias en la prensa y el proceso interno de revelaciones que lideró el entonces ministro de Defensa y actual presidente de la República, Juan Manuel Santos: la atroz verdad de los “falsos positivos” detonó la más impactante medida correctiva y disciplinaria de la historia contemporánea de Colombia, abarcando la destitución de varios oficiales del ejército, incluidos tres generales, por el cúmulo de fallas en el ejercicio del comando y control. Varios procesos penales se iniciaron como consecuencia.

A la par de tan singular experiencia, en el curso de las intensas jornadas qu eme tocó compartir con la Sra. Pillay, yo atesoro personalmente una actividad menos fulgurante, pero cuidadosamente planificada en nuestro equipo: nuestro recorrido para asistir a una reunión con los habitantes de Panamá de Arauca, foco de enfrentamientos entre las fuerzas militares y las guerrillas, al mismo tiempo línea de fuego y sangre entre las FARC y el ELN en sus respectivos enclaves de las zonas rurales y la cabecera municipal.

Para llegar ahí empleamos largas horas encapsulados en nuestros vehículos, cruzando selvas que iban cediendo ante el horizonte de pujantes cultivos de caña de azúcar.

De manera sencilla ella empezó a evocar la memoria de su abuelo, quien migró desde su natal India rumbo a Sudáfrica para trabajar como obrero en los campos azucareros de la provincia de Natal. Sus palabras eran el eco de recuerdos precisos de un hombre con ambos brazos mutilados por un grave accidente en el trapiche, quien le contaba a una niña la poderosa historia de su esfuerzo para sacar adelante una familia en medio de la adversidad, en tierras ajenas y hostiles, manteniendo el ímpetu de ofrecer a sus hijos la mejor educación posible, enorgulleciéndose del extraordinario logro de su primogénito, padre de Navi, quien ahbía sido el único en generaciones en completar sus estudios primarios y, con ello, alcanzar un empleo como chofer de autobús en esa Sudáfrica que también atrajo y discriminó sin remilgos durante dos décadas a Mahatma Gandhi en el tránsito del siglo XIX al XX.

Navi Pillay era plenamente consciente de haber aflorado del infame capítulo de la historia del apartheid con las armas que le inculcaron su abuelo y su padre: educarse y luchar contra la exclusión, el abuso y la dominación de las élites minoritarias. Su destacada hoja de vida transmutaba ante mis ojos en una luminosa inflexión de lo formal a lo vivencial, trabajar con ella sería potenciar la causa por los derechos humanos en maneras concretas de dignificación de las personas y no sólo en constituciones y leyes.

Así, en las remotas selvas en que se extiende la Orinoquía que comparten Colombia y Venezuela, en un escenario que pudo haber descrito con exuberante detalle el cronista Juan de Castellanos para hacer eco en las páginas de Macondo, Navi se mostraba espontánea en toda su vallejiana humanidad. Todo encajaba, las historias de sus ancestros y la suya propia en una tierra de migrantes, su carrera y sus retos profesionales, su servicio público y su idealismo sincero, la prodigiosa debacle del apartheid, el triunfo que nos espera al final del camino. Hasta siempre “jefa”.

*Representante en México de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos